Vuelve a ser Yule y yo vuelvo a habitar la noche como un ratoncillo, esta vez, con la oscuridad de compañera. Ya no viajo a otros mundos, ahora me quedo en este y a menudo me quedo en la cama. Soy una persona normal y despierta en medio de la noche, que en cualquier momento se vuelve a dormir como todo el mundo parece estar haciendo, normalmente. Incluso tengo sueño al despertar. No está mal para la etiqueta de insomnio, que alguna vez la traten como si la hubieran invitado.
Esta noche la luna está llena y se queda a ver salir el sol, así que ahora somos 4 despiertos y echo la vista atrás hacia este ciclo de noches largas que empiezan a acortarse; emociones y cambios que me han mecido de un lado a otro como las olas del mar…y una chispa en medio de todo que ha venido a encender una hogera en la que se gesta una historia todavía por contar.
Este solsticio es distinto en casi todo pero, otra vez, he recibido regalos que no se tocan y que he ido desenvolviendo al ritmo marcado, porque de otra manera, realmente, no puede ser.
Betty confía
Esta es Betty, hace apenas unos meses que nos conocemos. Lo primero que vi en ella fueron sus cicatrices, una larga cinta de lado a lado de la grupa y un punto muy hundido en las costillas entre algunas mordidas repartidas por todos lados. No sé si lo ví yo o me lo mostraron. No sé si tan evidentes son o las cronificamos nosotros, con nuestra atención.
Al principio y sin ponernos quisquillosos, yo era la misma que ahora, y ella también, pero yo necesitaba tiempo para un contacto y ella… ella, no lo sé.
Hubo un día en el que Nano, su vecino y “nuestro” caballo, nos hizo entender que no quería alejarse de ella, ni que fuera para ir a un espacio más amplio y más libre que en el que está junto a Betty. Así que, aún sin conocernos, llevamos a Betty con él a pista y ahí estábamos los cinco, compartiendo un espacio suficientemente grande como para interaccionar o no. Ahí está la gracia de la amplitud, que combinada con el respeto, puede coger aromas de libertad, sin serlo.
Lo siguiente que recuerdo es cómo, lenta y respetuosamente, Betty se acercó a mí y me envolvió en su cuerpo. En ese momento, cada mitad de mi cerebro estaba en una postura diametralmente opuesta a la otra. Cómo debo sentirme frente a esto? Abrazo o amenaza? Mi corazón, unánime en sí mismo, ordenó a mis pies que se quedaran en el sitio, a mis manos que recibieran ese abrazo con caricias y a mi cara que expresara la sorpresa y alegría que ese gesto, o más bien mi interpretación de ello, me estaba aportando.
Días más tarde me pregunté quién confió primero en quién y tengo claro que la primera fue ella.
Me contaron, entonces, que Betty llegó a ese sitio siendo “otra”, “portándose mal” y ensañándose con los que la recataron y montaron. Ataques deliberados y calculados, narran de ella, hacia las personas del lugar que la entrenaban para su nueva vida. Hubiera puesto yo el corazón en ese abrazo, de haber conocido ese relato o haber visto esa faceta suya antes? Hubiera “confiado”? Bueno, es algo que no sabré nunca y tampoco me tortura no saberlo. Pero la cuestión es… Abrazaría yo después de haber vivido en carne literal y propia esas cicatrices que no sólo lucen por fuera? Confiaría?
No me imagino qué camino habrá recorrido Betty, sólo sé que esas dos partes dentro de mi, abrazo y amenaza, conviven en todo momento y ahora las conozco y las recuerdo en cada uno de sus contactos. Sus cuidadores recuerdan la amenaza y seguramente la lleguen a leer todavia en su mirada. Yo me aferro a sus abrazos y siento en ellos su confianza en mi, aunque no pueda devolvérsela toda. Cada segundo es incierto mientras mi cerebro se divide, pero, y qué momento no es incierto? Si, aun así, nos sentimos seguros será que estamos aportando la confianza de nuestros bolsillos porque, a estas alturas, de ningún otro lado podría salir una sensación así.
Seguramente fue con Betty, y este año he encontrado esta sensación de confianza en mis bolsillos y con ella he saboreado la rendición amable que nos ofrece un ritmo de vida sosegado, en el que, sin traumas ni dramas, van surgiendo pequeños retos para aprender. Las cuestas arriba siempre estan ahí y las hemos subido con más o menos confianza, ya sea andando de cara o de culo, corriendo sin mirar o sigilosamente sufriendo el camino y observando todo alrededor. Pero todos las hemos subido, tampoco teníamos otra opción. Y hasta las hemos vuelto a bajar, algunas de ellas andando y otras rodando, como es mi caso.
La fe mueve montañas
En las cuestas abajo también he echado mano de la confianza, en este caso, en el porvenir, que no viene y te rodea como Betty, quizá tarda un buen rato más en contactar. Y hasta que no llega ese abrazo, y mientras vas rodando, hay un vacío que te invita a que lo llenes con toda clase de dudas y teorías, todo mente. En estos saltos cuesta abajo estamos, simplemente rodando. Y la sensación es tan fluida como la de rodar y tan vacía de control como el centrífugado que provoca en el cuerpo.
Hay gente por el camino que baja andando, sí, y nos pregunta qué paso será el siguiente que vamos a dar. La verdad es que estamos descubriendo que es un hábito social fuertemente arraigado, eso de preguntar a las personas por su propio porvenir. Y nostros, por ahora almenos, simplemente rodamos, ya que cada uno sube y baja como buenamente quiere y decide a cada momento.
No?
Será que, socialmente, nos parece que tenemos el mando… Pero la verdad es que llevábamos tiempo con el mando agarrado y muchas de las cosas que ahora llamamos vida no asomaban por ningún lado.
La vida no se envuelve, la vida nos envuelve.
Vuelve a ser Yule y este año no estoy en medio del monte y su silencio, sinó que me mece el rumor de las olas del mar. Alomejor por eso duermo mejor, alomejor por eso este año hemos adornado y alimentado el tronco con más conciencia que otra cosa. Con caricias, reparaciones, cuidados y mucho amor. Con vida y semillas que nos nutren, crecen y se mueven en nuestros vientres. Porque la naturaleza que nos acompaña, a esta generación, está de envoltorios hasta las cejas y de cuidados bajo mínimos vitales.
Así que nos hemos regalado decisiones, herramientas, periodos de descanso, acompañamientos y conversaciones. Y al tió le hemos hecho unos apaños como ritual, para ver si sintonizamos a nivel de humanidad y, cada uno en su círculo, hacemos lo mismo. Adormar el árbol, alimentar al tronco o el cristiano “portarse bien” tienen un sentido natural más allá del condicionamiento de recibir su pertinente recompensa. Hemos roto ese sentido porque nos hemos creído el cuento de que la magia no existe y son los padres. Y no, la magia es el orden natural de las cosas, y eso existe a pesar de nosotros e incluso de nuestros padres. Atizar el tronco para que nos dé calor y devolverlo a su tierra en cenizas es respetar un círculo de vida en el que estamos inevitablemente metidos.
Cuando ni quemamos el tronco para obtener calor, ni esparcemos sus cenizas para fertilizar nuestro alimento, porque nos calentamos a gas y nos alimentamos de cosas que ya ni crecen de la tierra…toca cuidar en lugar de atizar. O toca volver al fuego, reunir los niños a su alrededor y contarles la magia que ocurre en cada rincón del planeta a cada minuto del día, todos los días, si cuidamos de no entrometernos. Sólo haría falta eso, no entrometernos: dejar huellas descalzas sobre barro, cazar aquello que nuestras manos desnudas puedan alcanzar, mirar con los ojos, sentir con el cuerpo, vivir en cada emoción y convivir con cada momento. Con eso, que básicamente es lo que se dice vivir, bastaría. Aunque VIVIR, hoy en día, ya no tiene nada de básico y ha pasado a ser algo que enseñar a quien venga al mundo.
Rodar hacia dentro.
En unos días estará de moda hacerse propósitos. Y, siguiendo el curso de la naturaleza, nosotros fluctuamos con ella y nos proponemos seguir rodando hacia delante y enseñar a los que nos sigan a rodar.
Así que encenderemos fuego y quemaremos el tronco, lo atizaremos con sentido, agradeceremos su calor acercando las palmas de nuestras manos, notándolo en las mejillas que enrojecerán e incluso cocinando en él, daremos gracias. Contaremos historias que nos inviten a honrarlo, que nos coloquen como humanos en el círculo que rueda, no en su centro, que nos quema. Esparciremos sus cenizas, confiando en su tiempo y mando para devolvernos sus frutos como regalo, señalaremos lo que es -magia, creación- y el milagro que supone, que se nos escapa de las manos. Andaremos descalzos, sintiendo la tierra de la que, también nosotros, somos fruto. Observaremos cada emoción con el cuerpo, en el silencioso crepitar de la hoguera o en la acallada presencia de quien escucha. Estaremos ahí, presentes, observadores, imaginativos, prestados a reírnos sobretodo de nosotros mismos. Y como Betty, rodaremos hacia dentro, alentando a que cada pregunta lanzada se responda con el corazón, a su debido tiempo y con nuestros propios recursos, que llevamos en nuestros bolsillos.
Feliz inicio de días cada vez más largos y noches cada vez más cortas.