La toma de conciencia de que las cosas no son, de serie, como las vemos, sino cómo hemos aprendido a verlas, ya es necesaria. Tanto a nivel colectivo como individual.
Sobre todo porque, sin saberlo, permanecemos ciegos a elementos que nos dañan y que, o bien obviamos, o bien hacemos nuestros, y en ninguno de los dos casos somos libres ni “estamos bien”. Tanto a nivel colectivo como individual.
Pero para pasar de aprendizaje a realidad, habrá que pasar de lógica a percepción, de pensamiento a sensación, de creencia a emoción. Aunque todavía sea algo disruptivo o minoritario a nivel social. Habrá que ir mas allá de dónde nos dicen que acaba el camino. Tanto a nivel individual como colectivo.
Lo bonito de lo feo es que es sincero, incluso en la mentira, en lo crudo de lo perverso o en lo vacío de humanidad.
Nos educan tanto y tan bien en guardar las formas, que encajamos dócilmente en el mundo de “más vale bueno por conocer que malo conocido”. El método nos recluta incluso a nosotros mismos como sus perpetuadores y nos vamos alejando constantemente de nuestra principal fuente de información veraz para poder percibir los demonios que existen bajo los mantos que los esconden.
La socialización variará según nuestra anatomía al nacer, las creencias que hayan arrastrado a nuestras generaciones anteriores y las que socialmente predominen en nuestro lugar de nacimiento. Pero compartiremos todos el denominador común bonitamente llamado adaptabilidad social, o arderemos fuera del sistema. Aunque no nos suceda a todos por igual, en general, el trabajo educativo culmina cuando nos conformamos con los principios de los cuentos, el punto exacto en el que nos dejan de contar.
Y a sobrevivir.
En este escenario, todo aquello que hay detrás del telón “más vale no verlo” ni hablar de ello. La foto antes del photoshop, o unos años y algún parto después, el fracaso pre-éxito y la mentira del éxito en sí, la historia tal como no te la cuentan, la de los mataderos, la de tu vecino que parecía tan buena persona, la de las fronteras o la del ayuntamiento de tu pueblo… Los números que no saldrán en ningún titular o las emociones que subyacen a cualquier vivencia, dolencia, aprendizaje o examen. Enhorabuena, has aprobado, y el reconocimiento externo es el final del camino.
Quién va a seguir corriendo más allá de la meta, y para qué?
Nuestro adiestramiento contempla, también, el casi automático rechazo del mensaje que alguna minoría nos pretenda hacer llegar. Si consigue alcanzarnos, parece que siempre es la misma historia conspiracionista lejana, pero en realidad, cuando tenemos una actitud ante algo, solemos tener la misma ante todo. Aunque decidamos seguir viviendo ajenos a la acción social -seguramente porque creemos que “estamos bien”-, algo sigue escapando a nuestra percepción en nuestro plano más cercano, cotidiano e individual.
Juguemos a cualquier juego para podernos conocer.
La psicología usa, en muchos de sus ámbitos profesionales, la creación de contextos paralelos; role-playing, metáforas y otras herramientas para desgranar la máscara del individuo. Creamos una pequeña burbuja de confianza y seguridad en la que poder colgar el hábito aprendido y permitirnos actuar según otras normas, bajo otros personajes que podrán ser los nuestros si el contexto creado tiene la exigencia social suficientemente baja. Llamémosle broma, juego o hipotética situación.
Necesitamos conocer quién es esa persona, aunque ni ella misma lo sepa, para saber si encaja o no en una organización, si necesita terapia o si es apto para vivir en sociedad -por poner ejemplos-. Y a pesar de los esfuerzos, a menudo fracasamos. Estrepitosamente.
Pero en nuestro intento está la prueba de que la verdad de nosotros es algo así como el rubí escondido en la cueva de las maravillas.
En un mundo sincero, por llamarlo así, no tendría sentido recurrir a tales herramientas para podernos conocer. Y en un mundo justo, este tipo de conocimiento no estaría circunscrito a un único ámbito profesional.
Todos somos personas y lo ideal sería poder relacionarnos entre nosotros y con nosotros mismos desde una sinceridad absoluta. Pero esta asignatura o el idioma en qué se aprende – el emocional- no está ni en primaria, ni en secundaria, ni tan siquiera en la universidad. Podemos decir siquiera que sea un lenguaje socialmente reconocido?
Entonces, que convivimos en un mundo de engaño y dependencia externa no es ninguna opinión, es un hecho ya conocido y, cómo no, escondido. Y al negárnoslo o menospreciarlo en muchas ocasiones, no sólo escogemos la ignorancia del cerdo para con la sociedad y el mundo que nos rodea. Cuando hacemos eso, seguramente tengamos los ojos vendados ante el vecino también.
Afortunadamente, la vida nos brinda repetidas oportunidades para que nos quitemos la venda. Y en una de ellas, lo hacemos, a menudo atravesando el prejuicio social de ir al loquero.
Cuando la venda cae, lo feo asoma. Todo aquello que el maquillaje educativo y social consiguió ajustar al cánon, se derrite como cera al Sol ante nuestros ojos. Podemos ver los demonios que escondimos por cuenta propia y los que nos presentaron como amigos.
Seguramente duele, si tenemos corazón. Por supuesto que nos remueve por dentro como culebra en vientre. Seguramente tan intensamente como sentimos el miedo, en su día, cuando nos protegía de aquello, “lo feo”, por llamarlo bonito.
Ah…pero es real. Y ya no somos ciegos creyéndonos videntes, podemos agarrar el bastón y servirnos del resto de nuestra percepción, que para eso la tenemos. Y lo más importante, hacer algo al respecto. Y volver a aprender a Ser, desde otro lugar. Nuestro fuero interno.
Y a vivir.
Hay una parte bella en todo esto, una extraña y todavía pequeña tranquilidad de saber que nuestros sentidos nos acompañan. Una relación sincera con las emociones que nos hablan -siempre por alguna buena razón- y una puerta abierta a tratarlas con la misma consideración y cariño de vuelta.
Si hay temor, reconozco la amenaza. Si siento paz es que estoy bien, y todo lo demás conmigo. Si algo duele, lo dejo doler. Si mi cuerpo expresa, celebro la libertad con la que ha nacido para ello.
Y ni una sola voz existe que tenga razón al negarlo.
Siento en mí lo mío, y observo en el otro lo suyo, sin dejar que me invada. Siento en mí lo mío y lo reclamo para mí, justo antes de gritar a los cuatro vientos que es una ofrenda a todos y que nada de lo que importa nos pertenece.
Y a convivir.