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D Capítulo I: D de Desorden

D. tuvo algunos hijos, incluso antes de dar a luz por primera vez. Digamos que al andar la vida, se hacía cargo de los animalicos que iban cruzando su camino. Azarosamente o no, acababan acurrucados entre sus prominentes pechos y plácidamente dormidos bajo su cálido abrazo.

Como suele ocurrir en la lactancia materna, tanto hijo como madre sucumben a Morfeo mientras la comodidad del momento los envuelva. Así que, tras cada adopción, poco a poco D. se iba durmiendo juntamente con sus vástagos no legítimos. La casa se iba llenando de animales y seres vivientes perdidos, en busca de brazos, alimento y cobijo maternal. D. seguía abriendo sus puertas y abarcando toda responsabilidad y tarea que pudiera hacer por ellos y más.

Al principio, había vida. La casa olía a comida rica, las sábanas estaban tibias al entrar en la cama, las lágrimas tenían hombros sobre los que caer y los problemas tenían una ancha espalda en la que irse amontonando.

El tiempo transcurría más allá de las puertas de esa gran casa de acogida. Y dentro de ella también. Mientras las necesidades de todos estaban cubiertas y sus habitantes dormitaban de un salón a otro, el orden iba degenerando en caos. Muchas adopciones, muchas cazuelas, poco tiempo para lavarlas. Ropa en todos sitios, trastos por doquier, pocas manos que recojan. Al final, D. cuidaba de más hijos y enseres de los que su cuerpo podría haber dado a luz a tan corta edad.

Los llantos empezaron a oírse entre siesta y siesta, cuando los brazos de D. ponían orden en lugar de abrazar. Maullaban los gatos de hambre cuando los pechos de D. no daban para más. Al final, ninguna fuente de recursos es ilimitada y, mucho menos, si no existe espacio para su renovación. Día a día, a día, a día…la casa se llena y no se vacía. Hasta que el caos se apodera de todo.

D. empezó a notar que, entre el barullo de las ollas hirviendo, el teléfono sonando, los niños llorando y los gatos maullando, no oía su propia voz al hablar. Ni ella ni nadie. El caos grita siempre que uno lo invita.

Como en esos sueños en los que uno grita y no consigue alzar su voz, o en los que uno quiere correr y sus pasos pesan lentos; D. entró en colapso. Pero nadie más reparó en ello, en su mirada perdida, en su tímida voz o sus gestos cansados. Todo a su alrededor, simplemente, siguió sucediendo. El caos siguió abrazándola, primero, igual de complacientemente que ella abrazó a sus hijos los primero días. Después, tan intensamente como ella pudiera soportar. Y al final, la asfixió tanto que la sacó de su letargo, buscando aliento como quien sale del agua después de bucear algunos largos años.

Al encender su mirada por vez primera desde hacía mucho tiempo, pudo ver cómo el desorden, el descuido y el abandono habían hecho de su casa una leonera.

Ya no había gatos, ni niños, ni huérfanos perdidos. Había leones rugiendo y cicatrices en sus brazos, una selva a su alrededor y reproches en el aire.

 

Por suerte, Morfeo ya no estaba, había un libro en su lugar.

Y la supervivencia es la ley de la selva.

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Autor Anders Norén