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Érase una vez

Los cuentos Disney han pasado de moda, lo sabemos todas de forma consciente, aunque en algún momento nos volvamos a ver esperando en la torre, con la mirada perdida en el horizonte de los deseos por cumplir. En pequeñas -y en grandes- cosas, volvemos a tender nuestros suspiros en el alfeizar de la única ventana que hay en esa habitación. Habitación en la que, por cierto, sólo hay una cama, dónde queda el baño?. Hablo por mí, como siempre.

Otros no sé si se habrán enterado o aún siguen cargando con el peso de la capa y la espada que, aunque no empuñen, podrían, igualmente, llevar colgada. Y pesa.

Hasta hace poco, esta historia era la referente. Nos hemos dado cuenta de que la cosa no va así, pero, qué cuentos estamos contando en su lugar? Hemos salido del bucle eterno de escape/rescate del ser malvado centrándonos sólo en la acción y el resultado: una lucha pre-felices-carnívoros, casados religiosamente, monogámicos y heterosexuales. Cierto. Y qué estamos proponiendo en su lugar?

Quizá, al hacernos esta pregunta, vamos a buscar la respuesta en las últimas pelis de Pixar, porque nos parece que el cuento es eso, una historia para niños. Pero el cuento al que me refiero aquí tiene muchos nombres.

El cuento es la herramienta de adoctrinamiento y aprendizaje más potente, duradera y eficaz que conocemos hasta hoy. Otros habrán querido destronarlo, pero el cuento se ha infiltrado en ellos y ya está en la tele, en la imprenta, en las redes sociales, en los anuncios. Hasta toma su forma original oral en cada relato social y familiar que podamos compartir como anécdota: EL COTILLEO, que, por supuesto, también tiene su moraleja.

El cuento es algo que nos acompaña como humanos parlantes, pero incluso existe en animales y plantas, porque el cuento es comunicación. Usa la palabra, pero no se limita con ella. Su información trasciende más allá, entre los espacios divisorios de los vocablos, para moldear nuestros esquemas de pensamiento y dirigir nuestras acciones. Del cuento dependerá algo tan fundamental como nuestra supervivencia y vida en armonía. Sus raíces ahondan tanto en la tierra como la inmensa tierra misma puede sostener.

Siempre he leído que mi nombre significa princesa. Pero si buscamos bien su raíz, Sarah resulta tener que ver con gobernar o dominar y con la “pelea” con “lo divino” que gobernar conlleva. Princesa, en cambio, es el cuento de la torre, y la verdad, después de haberme sumergido en el significado de la raíz hebrea, “princesa” me sabe a poco. En el uso masculino de la raíz (srh), curiosamente, las traducciones aparecen como “el que gobierna”. Aquí lo dejo…

Tanto príncipe como princesa son simple, potente e igualitariamente gobernantes, pero el tono emocional que desprenden ambas palabras no tiene nada que ver. Ambos tienen poder, pero la forma de gobernar, la conciencia de este poder o los límites de su mandato lo crea cada cuento o, en este caso, la Biblia, que lo mismo viene a ser. El caso es que gobernamos sobre nuestra existencia y el límite está sólo en la lucha con lo divino, inherente a gobernar(nos). “Lucha” es otra interpretación, con su propio cuento. En inglés, struggle, se acerca más al sentido que tendría este camino de dificultades a superar a través del poder personal y la persistencia, más que con la espada. De la misma forma, podemos entender divino como algo que yace fuera y que nos disputa o nos otorga el poder, o bien como algo que llevamos dentro, esperando a que resolvamos esa “lucha” y nos demos a nosotros mismos permiso para gobernar.

Y… ¿gobernamos?

El lunes pasado fue Sant Jordi y en mi tierra se celebra homenajeando la historia de la torre cada vez más modernizada, más alternativa. Pero creo que, incluso como gobernantes, seguimos aceptando la interpretación de “lucha” como armada y de “rescate” como una espera a que algo suceda. Y vamos cambiando el cuento a cachos según la reivindicación que queramos enfatizar o en qué posición del cuento estemos. Vemos una princesa con otro peso, otro color de pelo, un dragón amigable, un príncipe… bueno el príncipe no ha cambiado mucho en las alternativas generadas, la verdad. Espero pronto una historia entre dos príncipes o dos princesas, alguna con un príncipe calvo, mayor o en silla de ruedas, alguna en la que el dragón tenga forma humana y pueda identificarse con otro tipo de poder a parte de la fuerza. Que cuando la princesa se transforme, quiera ser guerrera, astronauta, médico pero también mecánico, funcionaria, madre a jornada completa o algo así como: “no lo sé todavía, ya lo descubriré”. O qué, ¿cambiamos de prejuicio para meternos en otro?

Me encantaría una historia en la que el pueblo no se sienta víctima y logre gestionar la amenaza que lo acecha con sus propios recursos, sean los que sean, pero en corresponsabilidad y solidaridad. ¿Quizá alguna historia en una comunidad no monárquica?

Si no se han generado ya, llegarán pronto, pero nos seguiríamos sirviendo de un cuento para delimitar cómo la historia puede o no debe desarrollarse, con su correspondiente moraleja. 

Me encantan los cuentos y su magia atemporal, sólo me gustaría que, como pueblo en apuros, diésemos más voz a aquellos que despiertan conciencia que a los que se infiltran en el inconsciente para adormecernos todavía más. Más voz a los que nos expanden y menos a los que aprovechan el cambio para decirnos hacia dónde podemos expandirnos. Esos que no están ni tan siquiera escritos, no parecen arcáicos, pero nos bombardean cada día. No hace falta gran esfuerzo, quizá sólo cambiar de canal, cuestionar un prospecto médico o preguntarse cómo carajo puede una hamburguesa costar un euro.

 

Supongo que la cueva de Platón quedaría un poco chunga en una película de Disney… aunque otras no se quedan cortas. Pero, afortunadamente, también puede ser un cuento que tenemos disponible, si le damos voz.

 

Al fin y al cabo, esta alegoría es más real en nuestro momento que la de la torre, ya que aquí, al menos, sí estamos todos.

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Autor Anders Norén