Volem si Volem

Tots tenim ales

H Cpítulo I: H de Hestia

A Hestia le gustaba hacer desde el apetecer. Por eso quizá los momentos de limpieza se le volvían días. Le gustaba centrarse en cada rincón de la casa como si tuviera alma propia. Para ella, limpiar era un auténtico ejercicio de meditación y cuidado personal. Le gustaba el orden que quedaba tras su paso por cada lugar y se quedaba obervándolo unos instantes más, desde su paz interna y el silencio que había creado.

No había prisa en lo que hacía, cuando lo que hacía salía de sus adentros. Podía notar esa diferencia en las tareas que pertenecían a otros mundos. Deberes, compromisos, peticiones…bajo distintos nombres se ocultaba la misma esencia de aquello que le era ajeno aunque amenudo la definiera. Ella era una maestra de los mundos, porque su mayor habilidad era darle forma al hogar, el rey de los universos paralelos. Contamos nuestra vida basándonos en distintos mundos que definimos y distinguimos entre sí. Trabajo, amigos, familia, aficiones, oficio, estudios, misión personal, procedencia, ambiciones, avatares…la historia evoluciona y cambiamos las palabras, pero seguimos compartimentando nuestra vida en distintos mundos. Todos ellos han nacido, nacen siempre y seguiran naciendo invariablemente de un mundo primigenio y original: el hogar. Llamémosle vientre o adoctrinamiento que, en definitiva, la sensación que le subyace siempre será la de hogar. Hogar: aquello tan familiar que confundimos con nosotros mismos, porque tan cercano es a nuestro origen, que apenas unos instantes pueden serpararlo de nuestra existencia.

Aquí es donde empieza todo y este es el pequeño mundo que da forma a cada ser.

Quizá H no entendía cómo, pero sabía que, de la misma forma que todos admiramos el fuego en silencio mental, todos encontramos nuestro latido cuando volvemos a nuestro hogar interno. Todo aquello que nos es tan familiar, que confundimos con nostros mismos. Fue suficiente para nacer y es suficiente para renacer cada vez que nos perdemos por otros mundos.

Lo había visto en otras personas que venían pidiendo ayuda y lo había vivido en sus carnes. No importa cuantas veces nos perdemos, siempre volvemos al mismo punto para encontrarnos, será que pertenecemos ahí?

Por la ventana entraba una suave brisa veraniega, a la que le había costado atravesar la primavera lluviosa y fría que le habia precedido. Las montañas que siempre yacían al otro lado del cristal estaban, hoy, a rebosar de verde. Era un día agradable para salir a pies descalzos y saludar el jardín. H pensó que sería un buen rincón para seguir con su día de orden y paz, y así lo hizo, ya que a ella le gustaba, cuando podía, hacer desde el apetecer.

La cocina tenía una puerta que daba al patio de atrás, una terraza rodeada de maleza y monte. Maleza era la palabra justa para definir aquello, aunque no fuera del todo justa, al fin y al cabo sólo eran plantas en su propio hogar.

Había macetas grandes y redondas con toda clase de plantas aroámticas que H usaba, entre otras cosas, para cocinar. En el bancal de encima convivían muchas otras: un limonero, un par de gardenias, una mejorana feliz, geránios en flor de un rojo sangre oscuro e intenso, mentas de distintos tipos, maria luisa y plantas antimosquitos. A la derecha de todos ellos, “un árbol que sólo hacía sombra y un par de palmeras que sólo sabían pinchar”. Así los veía Hestia, así que eso era lo que hacían incluso antes de que ella llegara ahí.

Las caléndulas nacían donde querían, y la melissa saltaba de una maceta a otra invadiéndolo casi todo. La cola de caballo, por fin, crecía alta y fuerte después de dos años de cuidados intensivos constantes. Tampoco faltaban unas suculentas espontáneas creciendo en el tronco de la palmera, y multitud de brotes creciendo, todavía desconocidos y pendientes de existir o morir, según la ultilidad que les pudiera dar Hestia.

Bichos o los límites del orden

Este era su jardín, su pequeña gran creación, la prueba fehaciente de que las cosas, poco a poco, con esfuerzo y amor, pueden llegar a ser como una las sueña.

Aunque ni esto ni nada es nunca fiel al ideal que uno se crea de ello. Ahí estaban ellos para recordárselo: los bichos, la maleza, el desorden que el viento traía cada vez que pasaba por ahí, las hojas caídas, las malas hierbas, los tiestos rotos y los ruidos del monte.

Esa era la zona en la que el hogar colindaba con el monte. Para H, los límites de su zóna cómoda. Le daban miedo las avispas, los ratones, las serpietes y cualquier bicho que se puediera mover más rápido que ella y su percepción. Cada vez que un bicho sobrevolaba su espacio personal, se rompía el estado zen de su momento.

No podía disfrutar del todo, y se juzgaba por ello. La naturaleza formaba parte de su hogar, aquello que le era tan familiar que lo confundía con ella misma. Pero con esa parte de la naturaleza no podía encontrar paz. Aquello pedía otras habilidades: curiosidad, sentido de la aventura, armonía con el caos y encontrar la fe más allá del orden. Le entristecía admitirlo pero, ella no había nacido para eso. Para eso tendría que invocar otro nombre, en este caso, Artemisa.

pròxim Publicar

Anterior Publicar

Deixar una resposta

© 2025 Volem si Volem

Autor Anders Norén