Como solía hacer cada día, ella encendió el fuego en el salón, oscuro y pardo, y se sentó delante a escribir.
El caos de su mente, de alguna forma parecía ordenarse a través de las palabras que fluían de entre sus dedos. Había una conexión con algo más allá o más adentro que se iluminaba mientras se movían sus manos. Un hilo dorado serpenteaba , al escribir, entre ella y aquello.
El resultado era bello: le llovían alabanzas cada vez que mostraba sus textos, en ellos sus ideas y en su forma la belleza.
Pero, simplemente, no era suficiente. El reconocimiento no era nada e incluso disuadía a la escritora. Ya que, si acaso fueran los cumplidos el resultado de su obra, no querría llevarla a cabo.
Ella quería que su obra sirviese para otras cosas. Quizá para ordenar el caos de aquellos que la contemplan, la leen, o resiguen sus historias al filo de las emociones que ella misma estaba sintiendo al escribirlas. Quizá, inundar sus corazones de la belleza de ese hilo, entonces rojo, que parecía existir por voluntad divina. Divino, natural o como quiera llamarse, ese hilo tenia el propósito creador que anima cada cosa que toca, dotándola de una intención, de un sentido de existencia, de vida.
Sentido de existencia era una buena expresión para definir aquel escenario: ella encendía el fuego del hogar y simplemente fluía en el momento con cada latido de corazón. Hestia era, en esos momentos, y tan cómoda en su piel como un guante aterciopelado vistiendo su mano.
Ese día se quedó ahí, colgada entre ideas de vida, propósito, entrañas…mientras su hilo se tornaba azul, y seguía brillando aunque el ritmo de sus dedos hubiera frenado.
Pensaba, y el caos volvía a su cabeza apagando el hilo. Instante es la expresión más breve que tenemos para medir el tiempo, pero lo que tarda un pensamiento en inundarnos és más breve que incluso medio instante. A veces tanto, que ni siquiera nuestros sentidos pueden advertir que un pensamiento ha ocurrido. Algo que no ha transcurrido en el tiempo no ha existido. Ah! Pero aunque imperceptiblemente, ese pensamiento transcurrió. Y la sensación que deja el pensamiento al pasar es la que se mantiene, suspendida en el tiempo, impregnada en nuestros músuclos. Cuando un pensamiento pasa fugaz, la sensación que nos queda en el cuerpo es el mensaje que nuestra conciencia ha dejado pasar, pero nuestro cuerpo no. Es un eco que susurra, esperando que escuchemos.
Cuál seria el pensamiento que había pasado, cambiando de color el hilo? Hestia seguía empeñada en prolongar ese momento, al lado del fuego, con ella y su hilo conector dorado. Pero, de alguna forma, el azul era un color lento y apenas brillaba en la oscuridad de aquel salón. Escribia lento y al caos le costaba salir en orden de esa cabecita pensante y obstinada. No sabía cuál habia sido el pensamiento, pero podía oler el rastro que había dejado al pasar. Hestia nadaba entre dos fuerzas: la del caos de su mente buscando aquel pensamiento y la del hilo flotante que, de alguna manera, luchaba por seguir en luz.
Verde se tornó. Y ahora sí que le pareció enloquecer con la duda. Se acercaba al umbral del mundo sin palabras, en el que no podría seguir ordenando su caos. Un mundo vacío y oscuro en el que solo la fe podia mantenerla en movimiento. Necesitaba creer que había algo más allá de la locura para seguir escribiendo. Notaba como el hilo verde tiraba de ella con fuerza propia, indiferente más que amable, de manera lenta pero continua. Como el tiempo mismo de la vida, pensó, mientras volvía a escribir con ritmo lento, aunque fluido, de nuevo.
En cada duda, podía ver dos caminos: pensar en el caos, o dejarse sentir y llevar por la sensación, el hilo. El caso es que no podía ordernar las palabras ella sola. Su obra nacía de ese hilo que tenía vida propia pero necesitaba de sus manos para escribir.
Ella encendía el fuego, y se tomaba el momento, el hilo aparecía cuando eso era totalmente cierto.
La duda venía a dos cosas. La primera, imponer un orden propio y crítico a esas palabras. El orden debe bañar todo aquello que escribas. La segunda, cuestionar los límites de aquel hilo entrometido que a veces se tornaba demasiado misterioso, incomprensible o inconexo. Algo tan impalpable como aquel hilo no debía gobernar el mundo material de las palabras.
Pero cómo podía la duda venir a juzgar, o intentaro siquiera, al hilo, que representaba el propósito natural de las cosas. Eso era incuestionable por definición propia.
A esas alturas del momento, el hilo ya era amarillo y la duda había dado paso a la búsqueda de estructura externa. H empezaba a construir argumentos y las palabras debían tener, por supuesto, una base sobre la que sustentarse. Hacía falta SABER para poder escribir con sustento. Saber historia, hechos o algo externo ya conocido sobre lo que fuese que las palabras estuvieran hablando.
Pero eso eliminaba toda clase de creación. No se puede crear algo nuevo sustentándose en algo ya existente, de la misma forma que una planta no podrá nacer de raíz ajena.
El hilo amarillo venía a crear, entendió Hestia, que en este peldaño de arcoiris empezaba a dudar ya sobre su nombre. El verde era algo así como la existencia pura, que llevaba todo al vacío a través del tiempo, lento e inexorable. Aunque no supiera lo que inexorable significaba en realidad, como condescendiente. Eran palabras cuyo significado preciso seguía siendo un misterio para ella. Aun así, le gustaba usarlas dotándolas de su propio significado sensorial.
Así como lo ya definido eclipsa la creación, la duda pone en jaque a la existencia. Como con el gato de Shrodinger, la duda divide la realidad entre sus distintas potencialidades, mientras las paraliza a todas ellas en el tiempo. Mientras las realidades estan paradas, no ocurren en el tiempo, así que nunca llegan a existir. Ninguna de ellas es real. Mientras haya duda, habrá potencia, pero no realidad. Nada existe del todo en la duda, solamente sueños.
Entendiendo esos colores, echó la vista atrás, hasta el momento en qué perdió su preciado hilo dorado porque se había vuelto azul.
El azul, con su ritmo a trompicones, se le antojó como algo que sucedia a la pérdida de sí misma, de su inspiración. El azul era fuente de autocompasión y reto, era ese lugar donde uno puede renacer, si se lo propone.
En definitiva, ese pensamiento fugaz de autocrítica había desdoblado a Hestia poniéndola en duda consigo misma. En ese punto, sólo la voluntad amable de volver a integrarse podía devolverla al camino de las palabras y del fluir. Todo fuera por la creación de su obra, plena y sentida como de otra manera no podía ser.
Sin juicio ni expectativa, lo consiguió, y su obra se tiñió de todos lo colores a través de los que había escrito, sintiendo cada uno de ellos. Se había tomado su momento, junto al fuego, y mientras observaba su obra, el hilo se tornó oscuro como la habitación. Brillaba ténuamente. Cada vez más ténuamente, pues había pasado el momento y H dejaba de escribir a medida que el propósito de ello se desvanecía en el aire.
Y el momento pasó.
Qué es el fuego, si no es materia?
Transformación.