Conozco este punto, este sitio en el que el suelo deja de existir y cae en vertical. Esta línea fina en la que no crecen hierbajos porque no hay raíz que pueda sostenerlos, sostenernos.
Es una línea fina que se puede volver eterna si nos quedamos en ella, sin andar, sin caer y sin volver. No se puede volver.
Se puede volver? me pregunto mientras el vacío ante mí se cuela en mi vientre, y recorre mi cuerpo hasta llenarme entera y dejarme vacía. La muñeca que llevo en el bolsillo me dice que no, y me mira tierno, y me miro tierno.
Aunque sea en parte, se puede volver? Mi mente me traiciona y me contesta en un silencio ancho y vasto como el aire frente a mí.
No se puede volver, aunque puedes intentarlo, si quieres. Una parte de ti se quedará aquí, y la otra volverá sobre sus pasos como un pellejo sin forma.
Cuál de las dos seré yo? Esa pregunta no se responde, se decide.
Drama.
En el vacío, como en el silencio, no hay palabras. Si pudiera expresarlas, me las imagino como altas columnas de tierra que caerían del cielo a medida que mis pies necesitaran tierra sobre la que pisar. Al andar. Pero no ando.
Sigo aquí parada. En el drama del borde, sin tormenta ni calma o entre ambas.
Conozco este punto, este momento fugaz en el que las piezas de la torre se están precipitando irremediablemente a pesar, o no, de nuestro gesto reflejo de aunarlas con las manos. Este momento tan cercano a las ruinas que confundimos.
Porque cuando nos damos cuenta de que la torre realmente se cae, es cuando ya yace en suelo caída.