Un amigo me ha escrito hoy, y su carta concluía con estra frase: lo difícil es vivir fácil.
Qué tan complicada es mi vida?
Y cuánto la complico yo?
Me da la sensación de que hablar de la responsabilidad que tomamos sobre nuestra propia vida se queda corto para abordar el sentimiento que me ha surgido al leer esta frase. Lo difícil es vivir fácil.
Como sociedad, hasta qué punto queremos vivir fácil? Podemos ir andando al trabajo? Nuestro teléfono móbil tiene cada vez más funcionalidades, las hemos escogido? En los supermercados hay decenas de opciones para cada producto. Internet nos abre las puertas al mundo en un solo click mientras algunos regalamos nuestros datos al mundo con el mismo único click. Tenemos a nuestro alcance informacón sobre TODO –o casi todo…-, mucho más de lo que nunca podremos conocer. Es necesario todo esto? Sabemos siquiera qué es lo imprescindible para vivir?
Como individuos, hasta qué punto queremos vivir fácil?
Quizá escoger cual de las 10 marcas de detergente compramos no tenga tanta relevancia, pero la sobrecarga de estímulos ya está en casi todos los ámbitos de nuestra vida, incluso en nuestra red social. Escoger pareja, relacionarnos con amigos, decidir qué estudiar o sobre qué valores construimos nuestra forma de vida. En los anuncios hay un bombardeo constante de mandatos y estándares sociales que sería bueno seguir si queremos adaptarnos a la sociedad, hay miles de situaciones injustas por las que podemos luchar, un montón de sistemas alimentarios para estar sanos, ser éticos, ecológicos, concientes, … un sin fin de mensajes desde el día 0 de nuestra vida.
Y en todo este barullo me pregunto, en qué basamos nuestras decisiones? En otro más de estos mensajes? Quizá en los que nos hemos criado, o en los últimos que hemos recibido de un documental, un libro o alguna formación.
Pues sí, al final todo nos retorna a nuestra responsabilidad de decidir qué hacemos con nuestra vida, este lapso de tiempo incierto que se nos ha regalado. A veces tomamos decisiones conscientes y, otras muchas veces, nos dejamos llevar por este río de tantas y tantas opciones, un poco hipnotizados por la creencia de que “cuanto más, mejor”. Y esta creencia no es gratuita, tiene un precio que no sé hasta qué punto escogemos pagar. Tenemos MÁS opciones y cosas que nos ocupan espacio, literal y metafóricamente, y nos parece MEJOR, que implica juicio sobre cómo deben y cómo no deben ser las cosas. Al final estamos viviendo en un lugar en el que queda poco espacio para nosotros mismos, nuestra autenticidad y diferenciación, y guiados por unas normas externas que definen nuestro valor dependiendo del paradigma bajo el cual vivimos. Y de paradigmas también hay unos cuantos a escoger, no hace falta que nos preocupemos por crear uno propio o vivir al margen.
Y es que tener más opciones no es limitante en sí, lo que puede ser limitante es acostumbrarse al hecho de tener dónde escoger y tomar por sentado que las opciones que se nos ofrece desde fuera, o que ya conocemos, son todas las que existen.
Entramos en el supermercado de la vida, y andamos entre pasillos de “tienes que”, “podrías” o “te iria bien”. Cómo encontramos nuestro vivir fácil, siendo sinónimo de vivir simplemente feliz, simplemente agusto? Definitivamente, yo, no voy a opinar sobre esto, que cada uno cree sus opciones, si quiere.