Volem si Volem

Tots tenim ales

Shanti

Hay un elefante en mi habitación. El otro día me pasé hora y media a solas con él, observándolo, observándome a mí con él. Él es un tipo tranquilo, yace ahí sentado, moviendo su cola de un lado a otro apaciguadamente, mirando a un punto que parece ser fijo. No me atrevo demasiado a hablar sobre aquello que apenas conozco y él es uno de esos elementos en mi habitación al que, de momento, conozco poco. Lleva un tiempecito ahí, es sólo que yo no me había parado aun a reparar en su presencia y en aquello para lo que esté aquí, en mi habitación.

Y el otro día lo ví, mientras trataba de vivir en equilibrio.

Contacto con realidad.

Hay una cuerda de punta a punta de mi habitación, se eleva apenas un metro del suelo y yo andaba por ella, mientras ese animal permanecía ahí estoicamente centrado en a saber qué.

Igual de centrada iba yo en mi equilibrio y en mi caminar, fijándome en cada paso que daba sobre esta cuerda que aprendí a colocar cerca del suelo, para que mis pies casi lo tocaran al andar. Casi. Y al pasar por delante del elefante, mi cuerda se aflojó y me fui al suelo de bruces, justo delante de él. Levanté la mirada y lo ví, ahí sentado, mirando al infinito. Ni se immutó al presenciar mi caída.

Podemos pensar que la gracia de tener un elefante en la habitación es que desaparezca en el momento en el que nos damos cuenta de que está ahí y dejamos de evitarlo. Es una idea bonita de leer o escuchar, se vende fácil: primero, porque alimenta la idea de que el elefante en la habitación es algo incómodo, incorrecto, problemático, es “ese tema nuestro” con el que no osamos contactar y al que ninguneamos porque “es feo”, y segundo, porque ilusiona pensar que el feo problema del que, nos dicen, hay que desacernos, tiene una solución rápida. Pero, no nos engañemos, es un animal de 5.000 Kg ; no podemos manejar su voluntad ni echarlo a la fuerza.

Tener un elefante en la habitación es un hecho por aceptar, no sólo por ver.

Conciencia de realidad.

Bueno, pues una parte de mí, que había comprado esa idea de que, sólo con verlo, el elefante sale volando o algo así, se sorprendió de que aún estuviera ahí sentado, en su mundo, mirando al horizonte. Me levanté con fuerza y empecé a caminar a su alrededor, observándolo. Las primeras vueltas enfadadas fueron rápidas e impacientes. Este bicho no se iba o qué? Un elefante en la habitación era incómodo, había conseguido adaptar la cuerda del equilibrio para andar sobre ella y me estaba esforzando para hacerlo cada vez más fácil y cómodo. Qué broma era esta?

Aceptación de realidad.

Cuando me cansé de darle vueltas y comprendí que ese animal estaba ahí porque quería, empecé a observarlo con curiosidad. Me fijé en los detalles de su piel, gruesa, gris, arrugada y curtida. Me fijé en su postura determinada y reposada. Su actitud flotaba entre la serenidad interna, el pasotismo hacia lo que le pudiese rodear y la fijación por algo a lo que miraba. Estaba tan atento a algo y tan ajeno a mi, que me rendí de llamar su atención o influir sobre él –ni tansiquiera con mi conciencia sobre el hecho de que allí estuviera-, y me dejé caer a su lado, imitando su postura.

Perspectiva de otra realidad.

Por primera vez, vi aquello hacia lo que el elefante en mi habitación miraba. Y lo ví desde su mista actitud atenta y apaciguada, a pesar de que fuera un hecho sorprendente y de que, también, llevara ya rato en mi habitación sin que yo reparara en ello antes. Ahí delante había una pantera negra andando paralela a una línea pintada sobre el suelo. Andaba ajena a mi, aunque tuve la sensación de que esperaba mi llegada pacientemente.

Elección de realidad.

Sigue habiendo un elefante en mi habitación, aunque aquí, sentada a su lado, me parece casi amigo. Siendo sincera racionalmente, no es que me agrade tenerlo aquí y sigo albergando la esperanza, en el fondo de mi mente, de que mágica y libremente se vaya. Aunque, ya que existe, es más agradable estar aquí con él rendida que en la incertidumbre o el miedo que podía causarme andar por esa cuerda floja elevada del suelo, sabiendo que él podía estar ahí, pero cerrada a poderlo ver.

Creo que cada vez tengo menos interés por seguir en esta cuerda floja buscando mi equilibrio entre una lucha de fuerzas que necesite toda mi atención. Aquí sentada, con mi elefante al lado, siendo sincera de corazón, cada vez tengo más curiosidad, como parece tener él, por esa línea pintada en el suelo, sobre la que podría andar manteniendo los pies en la tierra y encontrando el equilibrio sólamente en mi cuerpo. Sin más fuerza que la gravedad ni más caída que la de mi altura. Parece divertido andar en equilibrio sin tanto esfuerzo por mi parte y con mis sentidos más libres para poder ver a mi alrededor, en mi habitación.

Quién iba a decir que encontraría descanso junto al elefante, ya casi casi amigo, con el que me quedaré un rato más, según lo sienta. Y luego, según lo sienta, me levantaré, porque desde aquí me llama esa pantera negra que vive tranquila e igualmente determinada que mi nuevo gran amigo, aunque puedo notar en sus escápulas negras aterciopeladas el movimiento sólido y flotante de su andar.

Desprende Paz.

Shanti (Sanskrit) Paz, la cualidad original del alma, la esencia original del ser.

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Autor Anders Norén