Cuando sientas que te hundes, húndete contigo. Viene una ola a buscarte, puedes verla venir, coge tu mano, busca el espacio y déjate sentir.
El Mar es enorme, tiene más fuerza que tú y lo sabes. No comprendes todo lo que alberga y puede ser que creas que te arrastrará si te metes. Pero no, el Mar no te abraza con todo, se mueve sólo a una ola por momento y mejor si te coge en tu cuerpo que fuera de él.
No, tú no eres esta emoción, pero sí eres este momento, en ella.
Tiene un sentido, es personal, alguna historia habrá detrás con su motivo lícito, pero ni tan siquiera es el momento de dárselo. Serán suposiciones o verdades, tampoco lo sabrás. Esta emoción sólo necesita el espacio en el que suceder y existir; tu cuerpo, y si es necesario, la habitación también.
Fluirá a través de ti, y luego se irá, si la dejas desvanecerse igual que la dejaste aparecer. Por si acaso es el miedo el que te aparta del sentir, u otra parte de ti que te dice que esto no acabará nunca, amablemente le digo que no es verdad, y que es necesario andar a través del momento para que dé paso a otro distinto. Dejar que esta parte nos proteja cuando el aire realmente nos falte está bien. Dejar que anule a otras partes nuestras para evitar el contacto con la realidad es cronificar una situación insosteniblemente.
Agradece y prosigue. Busca, quizá, un entorno más tranquilo en el que no sea necesaria tanta protección.
Húndete y confía, porque no te vas a ahogar. Estamos diseñados a la perfección y el sistema de emergencia nos lleva a flote de vuelta para respirar. Húndete sintiendo, no pensando. Húndete sólo para notar el medio acuoso a tu alrededor, para observar desde la distancia las ideas que pasan por tu mente y vivir en tus carnes aquello de lo que te impregnan. Sin agarrarte a tus palabras o a las de otros. Las oyes, las sientes, se van. Como personas andando, como nubes pasando. Las ves, las sientes, se van.
Hay momentos para la mente y momentos para el cuerpo, hay un funcionamiento óptimo para ambos si coordinamos los tiempos y los mandos de los dos. Quien pilota eres tú. Dar paso a uno y sostener al otro, en segundo plano, amablemente, es parte de la conducción.
Siempre que seas tú quien se hunde, no te vas a ahogar. Siempre que seas tú quien conduce, nada ni nadie te podrá ahogar.