Hay ángeles en nuestras camas metidos, ángeles por nuestras vidas, perdidos. Hay ángeles que nos cuidan de lejos, y manos tendidas cerca, que no vemos.
He vuelto a despertar cerca de las 4am, esta vez iba en un tren a toda velocidad en mi sueño, que despegaba dando vueltas, y yo iba en el asiento especial, con un cinturón a tres puesto. Y una sensación ha entrado en mi, directa; que hay gente especial en la puerta.
Estas navidades me han pillado con los bolsillos y las manos vacías, así que está habiendo un gran espacio para dar y recibir desde el corazón. No he visto las luces en las calles ni las tiendas abiertas los domingos, no me he preocupado de qué cocinar ni me ha dado tiempo a hacer listas. En estas condiciones, el escenario ha cambiado bastante, hay más gente que cosas a mi alrededor, y más abrazos. Incluso abrazos nuevos de mi gente de siempre, que debía estar durmiendo conmigo, antes de despertar a las benditas 4 de la mañana.
Este año los regalos yacen latentes, en espera, son cosas por venir, experiencias intangibles. Así que no puedo apresurarme y rasgar el envoltorio, porque cuando la vida envuelve el presente, no queda más remedio que esperar. Y tampoco es ningún remedio, en esta espera estoy descubriendo poco a poco lo que hay en el paquete, que realmente es un misterio. No me preocupa si me va a gustar o no, tengo la certeza de que haya lo que haya, la vida habrá acertado conmigo; siempre lo ha hecho y quizá nadie me conozca mejor.
Espero visitas y llamadas con emoción y sin muchos planes hechos de antemano. Vivo día a día, noche a noche, y voy a las fiestas de quien me invita poco cargada y dispuesta a pasar el rato entre la gente, mi gente, gente especial si lo descubro. Y descubro de mi gente regalos que no pesan, como frases, carícias o visitas. Me descubro a mi misma, libre y ligera de protocolos; y en cada cotidianidad descubro el regalo de tener esa suerte o de dejar que se vaya si así tiene que ser.
Esta vez las navidades me han pillado como mis despertares de madrugada, sobre la marcha, sin querer y con lo puesto –nada más y nada menos que un pijama-. Y va a ser que entiendo mucho mejor eso que te venden del espíritu navideño, aunque comprar, he comprado poco. Ha llegado a mí de forma natural, como el orígen, antes de los abetos de plástico o los de quita y pon en mi salón. Y mi vida se ha mimetizado con la naturaleza y sus ritmos, dejando para la llegada de la luz esos regalos envueltos en tiempo bajo el árbol.
Esta vez he despertado con el vértigo del sueño y personas especiales en mi mente, dos de mis tres abuelas. Con la llegada de la tercera he puesto mis pies a andar y mis dedos a traducir sensaciones. Hay una magia especial en los abuelos y cada año me llega más fuerte por estos días. Llamarlo recuerdos se queda corto, es como una sensación detrás de mí que sostiene una parte de cada uno de mis pasos, quizá la huella. Echo la vista atrás y me pregunto en qué momento de mi vida perdí conciencia de esta sensación, mientras lo pienso, no cabe en mí la gratitud de haberla recuperado hoy a las 4.
Hay gente especial en casa, me alegro de tener las manos vacías para poderla tocar. Hay gente especial en la puerta, los noto como el rumor de las flores que se abrirán en marzo. Todos ellos y los que en cuerpo no están, me han traido regalos, de madrugada, a ver ahora cómo le cuento a mis padres que la leyenda existe si no cortamos el árbol para meterlo en el salón.
Feliz Noche, y buena, a todos.